EL PERRO COMO ESPECIE SOCIAL

El comportamiento social de los perros

Conocer el estilo de vida de los perros, cómo se vinculan y cómo se comportan entre sí puede llegar a ser muy útil para aquellas personas que conviven con más de un perro o para quienes teniendo sólo uno suelen llevar a su animal a una plaza para que tome contacto con otros congéneres. Es muy común que esas personas observen cómo los animales interactúan entre sí sin llegar a comprender el porqué de muchas conductas, ya sea en situaciones de interacción armónica o de competencia.
Además, conocer el estilo de vida de los perros y su comportamiento entre sí es una condición básica para comprender cómo ellos se comportan con nosotros, los seres humanos, durante la convivencia.
Finalmente, el conocimiento tanto de la forma en que se vinculan los perros como de la manera en que conviven puede resultar sumamente interesante para comparar la manera en que lo hacemos nosotros mismos. Para conocer y comprender el comportamiento social de los perros debemos necesariamente volver a referirnos a su antecesor salvaje: el lobo.




Un estilo de vida: la jauría
Cuando una especie animal se alimenta de lo que caza debe necesariamente utilizar una estrategia que sea eficiente y eficaz para poder lograr su cometido, es decir, atrapar a su presa. Los animales de gran tamaño -como los tigres- cazan en forma solitaria ya que esto suele traerles buenos resultados tanto si las presas son menores que ellos como, incluso, si son de igual tamaño. Por el contrario, los animales predadores de menor porte, que habitualmente cazan presas mayores que ellos, utilizan en la mayoría de los casos la caza en grupo, ya que si bien podrían cazar en forma individual la tarea es mucho más sencilla y sobre todo menos riesgosa si lo hacen en grupo, a pesar de tener que compartir posteriormente la presa. Los lobos pertenecen a este último grupo de animales cazadores y, por lo tanto, suelen formar una unidad grupal, la manada, la cual viaja, caza, se alimenta y descansa en una asociación estrecha entre todos los miembros del grupo. Este mismo comportamiento social está presente en el perro, lo cual es fácilmente comprobable mediante la observación de los grupos que forman los perros que viven libremente en el campo, es decir, las jaurías. Llama la atención ver cómo los animales suelen convivir en grupo y permanecer unidos a través del tiempo, a pesar de tener suficiente espacio para establecer territorios individuales y mantenerse alejados unos de los otros.

Más aún, cualquiera de nosotros podría realizar un experimento y comprobar personalmente la tendencia que tienen los perros a formar grupos. Si alguno dispusiese de un terreno amplio y dejase en diferentes puntos entre cuatro y ocho perros de aproximadamente seis meses de edad y desconocidos entre sí, notaría que al cabo de un breve tiempo todos los animales se reúnen y comienzan a interactuar entre ellos. Es posible que al comienzo esta interacción sea en algunos casos a través del juego y en otros mediante la agresión o el temor. Pero seguramente una vez logrado el conocimiento mutuo pasen a conformar un grupo socialmente unido, la jauría, en el cual cada perro identificará perfectamente al resto de sus compañeros. A partir de ese momento ya se habrá establecido el vínculo entre todos los miembros del grupo y un importante grado de dependencia entre




El inicio del vínculo social entre los perros
Una vez que sabemos que los lobos y los perros son especies sociales que forman grupos de convivencia surge el interrogante acerca de cómo comienza la formación del grupo, es decir, el vínculo entre los animales que lo componen. Además resulta importante conocer las similitudes y diferencias que existen entre los mecanismos de formación de grupos en los lobos y en los perros.
La formación de vínculos estrechos entre los animales requiere una predisposición de los individuos a relacionarse entre sí y que tal relación perdure a lo largo del tiempo. David Mech, un biólogo norteamericano experto en lobos, postula que en los lobos que viven en libertad existen tres circunstancias básicas:
1 - El cortejo y apareamiento de un macho con una hembra en edad reproductiva




2 - La crianza de los pequeños lobeznos por parte de los adultos.




3 - El desarrollo y crecimiento de los lobeznos en compañía de sus hermanos de camada.




Fuera de estas circunstancias es muy poco probable que dos lobos estén predispuestos a relacionarse entre sí. Por lo tanto, es posible concluir que en la naturaleza la única situación en la cual dos lobos adultos extraños establecen un vínculo es aquella relacionada con el apareamiento de un macho y una hembra, es decir, a partir de un deseo sexual.
El cortejo y apareamiento de un macho con una hembra en edad reproductiva
En los lobos, el cortejo previo al apareamiento es bastante prolongado, lo cual cumple como función principal reforzar el vínculo de la pareja. Otro hecho que parece cumplir la misma función es el cerrojo copulatorio, que también ocurre en los perros siendo popularmente conocido como "abotonamiento", mediante el cual los animales quedan literalmente enganchados por su parte posterior durante el transcurso del acto sexual por un término promedio de treinta minutos. Este mecanismo de formación del grupo a partir del comportamiento sexual como formador del vínculo entre dos lobos adultos extraños también ocurre en los perros, aunque en las condiciones en que viven estos últimos, el medio urbano, no es el único ni el principal.
En el caso de los perros ocurre un fenómeno muy particular, ya que en su convivencia con el ser humano existen determinadas circunstancias que no acontecen en la naturaleza. Es frecuente que algunos dueños de perros en algún momento de la convivencia decidan adoptar otro perro como compañero. También es frecuente que en las grandes ciudades los propietarios acudan a las plazas para permitir que sus animales interactúen con otros congéneres. Si bien ambas circunstancias pueden generar algunos inconvenientes iniciales entre los animales, es muy probable que una vez superados dos hechos que pueden demorar la interacción armónica, el miedo y la agresividad, se establezca un vínculo entre los animales. Esto se debe básicamente a que los perros son, salvo algunas excepciones, animales amistosos. Por lo tanto pueden adaptarse -según las características raciales, individuales y de crianza- a la presencia de congéneres desconocidos y relacionarse con ellos.
Desde ya, este tipo de v ínculo se establece mucho más rápido cuando los animales son cachorros y puede ser más dificultoso en los individuos adultos. Por el contrario, los cachorros sufren en mucha menor medida si son separados de sus congéneres que los perros adultos, porque una vez establecido el vínculo suele perdurar a pesar de que se vean obligados por alguna razón a no volver a verse.




La crianza de los pequeños lobeznos por parte de los adultos
Esta segunda circunstancia se produce en primer término a través del estrecho contacto físico con la madre y de la alimentación. Si bien esta última es inicialmente provista por la madre durante el amamantamiento, más tarde todos los miembros adultos del grupo colaboran en la tarea de alimentar a los cachorros. Esto ocurre cuando los individuos adultos regurgitan la comida predigerida por ellos, que constituye la primera alimentación de tipo sólida de los cachorros. En el caso de los perros el fenómeno de regurgitación del alimento muchas veces no se observa ya que son los seres humanos los encargados de brindarles la primera alimentación sólida.
El desarrollo y crecimiento de los lobeznos en compañía de sus hermanos de camada
A lo largo de este proceso los cachorros mantienen un estrecho contacto social que comienza con un simple contacto físico y que, a medida que los pequeños crecen, se enriquece con el juego. Sin lugar a dudas el juego desempeña, tanto en el caso de los lobos como en el de los perros, un rol de vital importancia en la formación del grupo y en el mantenimiento del vínculo entre sus integrantes.
Por todo lo dicho es posible concluir que tanto en los lobos como en los perros el establecimiento del vínculo entre los individuos y la formación de grupos se producen por los mismos mecanismos, basados en una predisposición de los animales a relacionarse entre sí. Sin embargo, en el caso de los perros existe además el fenómeno de la vinculación a partir de la incorporación al hogar de dos o más individuos o de la reunión de congéneres en determinados lugares. En estos casos, una vez vencidos el temor o la agresión inicial, suele surgir una verdadera amistad entre los diferentes integrantes del grupo.




Las reglas de la jauría: el liderazgo
En las especies animales de hábitos solitarios cuyos individuos no necesitan ni dependen de un grupo social para su subsistencia, como es el caso de muchos felinos, cada animal decide lo que hace en su vida de independencia. Por el contrario, en las especies altamente sociales -como son los lobos, los perros y también nosotros, los humanos- existe un factor de suma importancia para que esas sociedades puedan funcionar armónica y adecuadamente y, por lo tanto, ser viables a lo largo del tiempo: un sistema de orden. La falta de un ordenamiento social tanto en las manadas de lobos, en las jaurías de perros como en las familias de los seres humanos y más aún en las naciones formadas por millones de personas, haría imposible la supervivencia.
La mayoría de los científicos expertos en lobos, entre ellos Adolph Murie, Rudolf Schenkel y David Mech, han demostrado que en los lobos existe un orden que resulta de un sistema social muy desarrollado, basado en una escala social mediante la cual se establecen las relaciones entre los miembros del grupo. Estas relaciones están basadas en un orden de jerarquía lineal y unidireccional. En una manada de lobos existe un jefe al que se denomina alfa, un individuo subordinado a éste que se denomina beta, un tercer individuo llamado gama que se subordina al anterior, y así sucesivamente.
Este ordenamiento jerárquico permite que cada integrante ocupe un lugar dentro del grupo y que actúe en forma coordinada tanto en lo que respecta a las actividades de desplazamiento como a las de caza y descanso. Desde ya el encargado de gobernar y coordinar todas las acciones es el individuo de mayor jerarquía dentro del grupo -es decir, el jefe-, al cual en este caso se lo llama líder o dominante. Este sistema jerárquico permite además que cada individuo pueda obtener su porción de comida, su área de descanso y cubrir otras necesidades que de otro modo y debido a la competencia y las peleas que sucederían, no sería posible satisfacer.
Vemos así que la convivencia dentro de esta sociedad jerárquica que establecen los lobos está regida por dos aspectos fundamentales: el liderazgo y la dominancia. La sociedad que forman los perros -es decir, la jauría- está regida por los mismos principios.




El liderazgo
El liderazgo es el mecanismo por el cual el comportamiento de un lobo controla, gobierna o dirige el comportamiento de los otros lobos del grupo. Esta forma de convivencia en la que un individuo toma la iniciativa y dirige la acción de los demás es la más importante tanto en la vida social del lobo como en la del perro. Si no existiera el liderazgo cada animal tomaría su propia iniciativa y llevaría al grupo al caos.
En el caso de los lobos el liderazgo se pone de manifiesto en todas las actividades que desempeña el grupo. Por ejemplo, después de un período de descanso es el líder quien toma la iniciativa, despierta al resto para entrar en acción y dirige sus movimientos. Además, el líder es el encargado de proteger al grupo, por lo que puede atacar a cualquier extraño que considere peligroso para el resto de sus camaradas.
En cuanto a los perros, cuando conviven en una casa, es muy fácil observar cómo generalmente uno de ellos toma la iniciativa y es seguido por los demás. En cualquier actividad que desempeñe la jauría, ya sea que esté compuesta por varios integrantes o por sólo dos, el líder será el primero en saludar a su dueño, el primero en buscar una pelota que le arroje el propietario y el primero en acercarse a la puerta de la casa y ladrar cuando un perro extraño pase cerca. Este liderazgo también es posible observarlo en las jaurías de perros vagabundos, ya que siempre un individuo toma la iniciativa y dirige la acción del resto.
Uno de los hechos más interesantes en lo que respecta al liderazgo en los lobos y también en los perros es la manera en que es ejercido. Según opina David Mech, puede ser totalmente autocrático, en cuyo caso el líder toma las decisiones en forma independiente y todos los miembros del grupo lo siguen sin manifestar protesta alguna, o democrático, en cuyo caso el líder guía al grupo teniendo en cuenta las necesidades de cada uno de sus integrantes.
En el caso de los lobos las decisiones que están ligadas con las cacerías son tomadas en forma autocrática. El animal alfa puede decidir comenzar la acción en forma independiente y ser seguido por el grupo o, por el contrario, interrumpir repentinamente la acción una vez iniciada y exigir al resto del grupo el respeto por su determinación. El liderazgo democrático suele ocurrir durante las actividades de desplazamiento, básicamente en las largas travesías, en las que los miembros de la manada pueden mostrar resistencia a seguir al líder; en estos casos, el líder suele regresar junto al resto del grupo. En síntesis, si bien el líder del grupo usualmente parece actuar en forma independiente, sus determinaciones pueden verse influenciadas por el comportamiento del resto de los integrantes. Este mismo sistema rige el comportamiento de los perros y seguramente el funcionamiento de muchas de las sociedades que conformamos los seres humanos.
Las reglas de la jauría: dominancia y subordinación




La dominancia
A través de la dominancia los individuos de mayor jerarquía -es decir, los dominantes- son los que ostentan el poder y tienen los mayores privilegios. En situaciones de competencia por los recursos, los lobos de mayor jerarquía son los que primero acceden a la comida, al agua y a los lugares de descanso. Por el contrario, los lobos de menor jerarquía acceden al alimento una vez que los más dominantes saciaron su apetito, algunas veces cuando ya queda poco alimento, por lo que los lobos de menor rango necesariamente deberán conformarse con las sobras.
En el caso de los perros que conviven con los humanos, la dominancia suele observarse cuando los dueños de dos perros, pretendiendo que sus animales compartan las cosas, le dan un hueso a cada animal. El perro dominante generalmente se apropia de los dos preciados objetos y no permite que su compañero obtenga el suyo hasta tanto él lo decida. Esta actitud produce el enojo de muchos dueños, quienes, disgustados por el "egoísmo" de uno de sus perros, suelen quitarle uno de los huesos y entregárselo al otro, que pacientemente esperaba su turno antes de la intervención del ser humano.
Hechos de este tipo pueden traer dos consecuencias sumamente negativas para la convivencia. Una de ellas es que el propietario termine siendo mordido por su propio perro al intentar quitarle el hueso. La otra consiste en la pelea entre los perros ya que el dominante mostrará su enojo por no sentirse respetado en su jerarquía, mientras que el subordinado comenzará a defender el hueso que por ese entonces se encontrará en su zona de propiedad. Estas dos actitudes tienen sin embargo su explicación en las propias reglas que existen en la jauría, que como todas las reglas tienen sus excepciones.
Una de estas excepciones a los privilegios que otorga la dominancia es la que se relaciona con la propiedad individual, especialmente de la comida. Por ejemplo, en el caso de los lobos, si por alguna razón un individuo subordinado accede antes que el dominante al alimento puede impedir que el lobo de mayor rango tome la comida hasta el momento en que él se lo permita. Mech define la zona en la cual un lobo que posee comida no permite el acercamiento de otro como "zona de propiedad", que abarca normalmente una distancia de alrededor de 30 centímetros de la boca del lobo. En síntesis, a pesar del rango que cada lobo ostente dentro del grupo, una vez que un lobo posee una porción de comida, está más allá de toda disputa.
En el caso de los perros, debido a que ellos se comportan con sus propios patrones de comportamiento, es posible que a pesar de ser un animal normalmente respetuoso de su propietario, lo agreda cuando intenta tocarle la comida o quitarle un hueso. Esta misma razón es válida para explicar por qué un perro subordinado que tiene un hueso puede agredir a uno de mayor rango cuando intenta quitárselo.
Otra excepción a la ley de dominancia tiene lugar cuando una hembra, normalmente subordinada a un macho, tiene cachorros. Con el nacimiento de los pequeños la hembra puede repentina y rápidamente comenzar a dominar al macho por un período de alrededor de treinta días; durante este período se mostrará agresiva con el macho si intenta contrariaría. Esto sirve también para explicar por qué una perra con cachorros puede actuar agresivamente con su familia humana a pesar de no haber mostrado con anterioridad ninguna actitud agresiva.
Relaciones entre un perro subordinado y otro dominante
Dentro de una sociedad altamente organizada como es la de los perros, el orden es la premisa fundamental. Un aspecto de vital importancia para que ese orden se mantenga es la absoluta coherencia en el accionar de cada uno de los individuos dentro del grupo, lo cual hace que sus integrantes actúen en forma altamente predecible. Este tipo de interacción es la causa principal que mantiene estable la estructura social de la jauría.
Dentro de esta estructura cada individuo ostenta un determinado rango, el cual suele establecerse tempranamente a partir del juego entre los cachorros. El tipo de juego que influye en el establecimiento de jerarquías es aquel que tiene incorporado un componente agresivo. Las "peleas" durante el juego comienzan alrededor de la tercera o cuarta semana de vida y traen aparejadas la formación de un orden de dominancia entre los hermanos de la camada. Este orden suele mantenerse a lo largo del tiempo a menos que ocurra algún cambio drástico en las condiciones de vida de los animales. Lo mismo ocurre durante la convivencia de los perros con los humanos y se observa habitualmente cuando una persona tiene dos o más perros en su casa.
Si bien los animales establecen rápido un orden jerárquico entre sí, los propietarios suelen interferir en la conformación de la estructura social de sus perros. La mayoría de los dueños suele tratarlos en forma igualitaria y evita hacer diferencias. Este tipo de actitudes las vemos a diario cuando una persona acaricia a sus dos perros al mismo tiempo para que, según dicen, "no se pongan celosos" o cuando le da una galletita a cada uno para que aprendan a compartir". Sin embargo, muchas veces no se logra lo que se pretende y las peleas entre los animales aparecen tarde o temprano, ya que intentar igualar a los perros en lugar de diferenciarlos trae como consecuencia la competencia.
También resulta habitual que el propietario de dos perros reprenda al individuo más dominante cuando intenta demostrar su superioridad hacia el más débil. Esta actitud genera una gran inestabilidad emocional en los animales ya que el perro dominante aprende que en presencia del dueño su jerarquía sobre el otro animal no es respetada, mientras el subordinado rápidamente percibe la protección de su compañero humano. La consecuencia más frecuente de este accionar por parte del ser humano es la agresión entre los perros, que suele producirse en un comienzo sólo en presencia del propietario y no cuando los animales están solos. Como ejemplos podemos citar aquellas peleas que ocurren entre perros cuando el dueño regresa al hogar; la situación provocada cuando el propietario saca a pasear a uno de los perros y el otro, al regreso, lo recibe en forma agresiva, y las agresiones que se producen cuando el dueño acaricia a los dos animales al mismo tiempo. La explicación más probable de estos hechos es que el perro dominante decide agredir al subordinado porque su rol no es respetado en presencia del dueño y al mismo tiempo el hasta ese momento subordinado también se muestra agresivo porque trata de ocupar el rango superior por contar con la protección del propietario. Por el contrario, en ausencia del dueño ambos perros conocen muy bien cuáles son sus roles. Por eso, en un comienzo conviven en paz, al menos hasta que el más débil de carácter adquiere la convicción necesaria para intentar revertir la situación sin contar con el amparo de su desorientado propietario.
Por todo lo dicho es posible concluir que en estos casos cualquier circunstancia por más simple que parezca puede desestabilizar al grupo y provocar una agresión manifiesta entre sus integrantes. Sin embargo, aunque tales conflictos disparadores de la agresión pueden terminar en serios incidentes entre los perros que conviven en una casa, la norma dentro del grupo suele ser la armonía.




La sumisión
La armonía en la convivencia se produce gracias a los denominados comportamientos de sumisión, que son aquellas manifestaciones que el perro de rango inferior realiza con el fin de obtener la amistad del individuo dominante o de inhibir su agresividad.
Este tipo de situaciones se ven frecuentemente cuando las personas llevan a sus perros a una plaza. Recuerdo un día en que me encontraba en una plaza con Tango, un ovejero alemán de dos años de edad, y su propietario. En determinado momento llegó al lugar un amigo del dueño junto a Mac, un cachorro de golden retriever con el cual Tango ya había jugado en otras oportunidades. En ese momento Mac se aproximó agachado, con la cola baja y sus orejas orientadas hacia atrás, en estrecho contacto con la cabeza. En el instante preciso del encuentro Mac tocó el hocico de Tango con el suyo y comenzó a realizar rápidos movimientos con su lengua intentando lamerlo, como si estuviera dándole besos. Esta serie de manifestaciones "amistosas", denominadas gestos de sumisión activa, generaron inmediatamente una recepción cordial de parte de Tango. Después de esto ambos animales comenzaron a jugar corriendo alrededor de nosotros. Vemos de esta manera que la sumisión activa consiste en una serie de comportamientos realizados por un individuo subordinado frente a uno dominante, que en este caso fue utilizada como ritual de saludo, para demostrarle su predisposición amistosa y no desafiante.
Mientras los humanos charlábamos acerca de la excelente relación que habían establecido ambos perros, se produjo un episodio de gran tensión entre los animales. Resultó que otra persona que estaba en la plaza deleitándose observando el juego entre ellos, decidió arrojarles un palito para que alguno se lo alcanzara. Debido a que el palito cayó más cerca del sitio donde Mac estaba, éste salió presuroso en su búsqueda. Ni lerdo ni perezoso, Tango corrió hacia el lugar y llegó al mismo tiempo que su compañero, que ya se aprestaba a tomar el objeto en cuestión. En ese instante y antes de que alguno de los dos perros agarrase el palito, Tango miró fijo al cachorro y emitió un fuerte gruñido en señal de dominio de la situación. El mensaje era claro: si Mac intentaba tomar el palito sería agredido. El cachorro se quedó inmóvil, se recostó sobre uno de sus lados -exponiendo la parte ventral de su cuerpo y metiendo la cola entre sus patas traseras- y emitió un pequeño chorrito de orina. Esta actitud, denominada sumisión pasiva, inhibió rápidamente la posible agresión de Tango, quien serenamente tomó el objeto de la discordia y acudió junto a su compañero al encuentro de quien se los había arrojado.
La sorpresa y hasta desagrado que mostraron los dueños de ambos perros hizo necesario que les explicara que la sumisión pasiva es una manifestación extrema del comportamiento de sumisión, caracterizada por posturas que los individuos subordinados adoptan con el fin de inhibir la agresión de los dominantes. Los subordinados las utilizan para demostrarles a los dominantes el respeto por su autoridad y jerarquía y la aceptación de una posición inferior dentro del orden social.
Las interacciones sociales de los perros tienen como función principal mantener el orden dentro del grupo sin necesidad de violentas agresiones. Además, el hecho de que cada individuo esté seguro de su posición dentro del grupo hace que se comporte en forma apropiada con los demás integrantes, lo cual tiene como función que la convivencia dentro de la sociedad sea generalmente de tipo pacífica.








Autor: M.V. Claudio Gerzovich Comportamiento animal Buenos Aires - Argentina.

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